Comunicación y política: en busca de la reputación perdida

La última década para la política bien podríamos definirla como una época “fast and furious”. De la gran crisis económica y social como consecuencia del colapso del sistema financiero internacional, a la todavía más devastadora e imprevista crisis sanitaria de la COVID19 en el que la política y las instituciones se han dejado su reputación por el camino.

Tras la caída de Lehman Brothers -septiembre de 2008-, el presidente francés Nicolás Sarkozy prometía solemnemente “refundar el capitalismo” convocando a los líderes mundiales para reconstruirlo “partiendo de cero” como se hizo en la conferencia de Bretton Woods tras la II Guerra Mundial. La percepción de la ciudadanía fue, sin embrago, que las élites políticas y económicas apenas se movieron de su zona de confort mientras la población sufría las consecuencias y generando una gran ola de desconfianza y rechazo contra las élites a lo largo y ancho del planeta. La Primavera Árabe fue un clamor contra sus gobernantes demandando democracia y derechos sociales. En España, el Movimiento ciudadano 15-M demandaba una democracia más participativa atacando el bipartidismo y el poder de bancos y grandes corporaciones como germen de la emergencia de nuevos partidos políticos como Podemos o Ciudadanos.

La indignación contra las élites cuajó igualmente en el auge del populismo: Donald Trump en los EEUU, el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia, la victoria de Rodrigo Duterte en Filipinas, o el crecimiento de la extrema derecha en la vieja Europa con el Frente Nacional –hoy Reagrupamiento Nacional– de Marinne Le Pen en Francia, La Liga Norte en Italia, el UKIP en Reino Unido o el partido de Gert Wilders en los Países Bajos. América Latina vio emerger candidatos evangelistas y fundamentalistas religiosos, la victoria de populistas como el empresario Nayib Bukele en El Salvador, o la victoria en Brasil del utraderechista Jair Bolsonaro.

La cólera ciudadana se expresaba en forma de apoyo a movimientos y líderes que prometían volver a los viejos buenos tiempos con discursos y relatos emocionales que venían a reconfortar el ánimo de las maltrechas clases medias y populares.

La era de la política líquida y tóxica

La política ya no ha sido cuestión solamente de los partidos políticos tradicionales, de burócratas o de altos funcionarios de las instituciones.  Las fronteras se ensancharon y es un territorio en efervescencia, caótico e inabarcable que ha puesto patas arriba las formas y códigos políticos. Las sociedades se han polarizado y la desconfianza es el rasgo característico de nuestra era como muestra, entre otros, el Barómetro Edelman 2020 [1]. Ninguna de las cuatro instituciones sociales que mide el estudio (gobierno, empresas, ONG y medios de comunicación) es confiable para la mayoría de la sociedad. Las causas para esta desconfianza son diversas y complejas, pero entre ellas destaca la falta de liderazgos políticos inspiradores que generen adhesión e ilusión.

El relato y las formas de los partidos y las institucionales tradicionales han quedado viejas mostrando la insoportable levedad de la mayoría de los liderazgos. Una política anclada en los viejos rituales y estructuras del s.XX para gestionar los retos del s.XXI que deja huérfanos de referentes a millones de ciudadanos. En política los espacios vacíos no existen, se ocupan, y emergen nuevos profetas del populismo que vienen a reconfortar emocionalmente a amplios segmentos de la población con la promesa de la vuelta a un pasado mejor. Grupos radicales y populistas que cabalgan a lomos de discursos simplistas y altamente emocionales trufados en algunos casos de ideas excluyentes y xenófobas que proclaman volver a sociedades cerradas y que han conseguido llegara a las instituciones para dinamitarlas desde dentro.

Una deriva iliberal que constituye un serio peligro para la democracia. La política se ha vuelto líquida y tóxica, con una pésima reputación y está necesitada de su particular choque de modernidad. Prácticamente no queda nadie con autoridad, legitimidad o capacidad para persuadir, seducir o convencer y la comunicación política ha quedado cautiva y en las trincheras la confrontación y de la polarización.

El fin de la propaganda política

La política y el poder ha estado tradicionalmente asociado al mantenimiento de un público cautivo, pero éste hoy se ha liberado. La ciudadanía exige transparencia, ética, participar y decidir, algo que pone patas arriba el tradicional control vertical de las organizaciones e instituciones. La política tradicional ha quedado desarbolada por la emergencia de nuevos micropoderes, más dinámicos, activos, preparados y especializados que explotan bien el potencial de las nuevas tecnologías y de las redes sociales. Mientras, la ComPol tradicional se ha quedado varada en el márketing político y en la propaganda en vez de generar conversaciones de calidad perdiendo su “licencia social para operar”.

La naturaleza del poder ha cambiado, así como la forma de ejercerlo, por lo que la comunicación política también tiene que cambiar. Lo nuevo no significa necesariamente renovación, hace falta algo más. En un mundo en que la generación de confianza es fundamental, la innovación y la autenticidad son un must para alejarse de las viejas formas y rituales. Uno de los nuevos referentes en el mundo de la comunicación política lo representa Alexandria Ocasio-Cortez en los EEUU. La joven camarera del Bronx de origen puertorriqueño que con 29 años revolucionó la política americana con un estilo nuevo de hacer y comunicar con la autenticidad como principal activo como describió Gerard Guiu[2].

AOC tiene un storyteling inspirador, representa el sueño americano y es fuente de inspiración para muchos jóvenes. Sabe manejarse muy bien con la comunicación digital comunicando directamente y de forma espontánea contrarrestando los ataques en su contra. Con una oratoria práctica y accesible al público en general, da titulares con un lenguaje sencillo pero contundente convirtiéndose en uno de los principales azotes de los republicanos y del presidente Donald Trump.

La comunicación política está necesitada de aire fresco o condenará a la política a la crisis permanente.

Hace falta ir más allá de los discursos previsibles para reconectar con la sociedad y ganar capital reputacional que es el imán para atraer el mejor talento. Debe estar orientada en comunicar para conectar y en conectar para poder comunicar. En sociedades postdemográficas y con polipertenencias en diversas comunidades y redes, las informaciones más creíbles y las que más impactan no son las que nos llegan a través de la propaganda política, sino de las personas o las comunidades que nos generan eso que denominamos «engagement».

Fake news, el reto de combatir el nuevo autoritarismo de la mentira.

El gap reputacional de la política constituye un terreno abonado para la difusión de las noticias falsas. La eclosión de las TIC ha venido a revolucionar la agenda-setting. La política y los medios tienen todavía una notable influencia en condicionar la opinión pública. Los otrora todopoderosos comités editoriales compiten con miles de noticias viralizadas en las redes que generan gran notoriedad, aunque no sean rigurosas o contrastadas.

En un mundo más de percepciones que de realidades, las noticias falsas están ganando la batalla de la comunicación.

La palabra posverdad hasta hace poco no existía en nuestro léxico. Parecía inverosímil que la manipulación informativa pudiera convertirse en una de las grandes amenazas del mundo a la altura de otras como la ciberseguridad o el terrorismo. Las personas creemos lo que vemos, y además de las fake news, el advenimiento de la inteligencia artificial está impulsando entre otros las Deep Fake, la creación de una realidad falsificada con representaciones tan realistas de cosas que no ocurrieron que suponen un nuevo autoritarismo de la mentira. ¿A quién podremos creer si lo que vemos es falso pero tiene apariencia de realidad?. Sin capital político reputacional y la coherencia de una trayectoria sólida, será difícil mitigar los efectos devastadores de los discursos políticos inventados.

Comunicar tiene que ver con inspirar y motivar a los demás para reducir juntos los niveles de incertidumbre, y laComPol tiene que caminar hacia la reingeniería de procesos. Una nueva inteligencia política comunicativa distribuida en el que los ciudadanos seamos tratados como niños adolescentes, sino que nos hablen con claridad y honestidad. Como bien dice la primera frase del último libro Yubal Noah Harari: “En un mundo de informaciones irrelevantes, la claridad es poder, y el ruido de los partidos y las instituciones tradicionales no es claro, no emociona, no conecta ni tiene credibilidad renunciado a su función orientadora e integradora. Daniel Innerarity lo describe como la democracia de los incompetentes, porque no consigue cumplir una de sus funciones básicas, la de hacer visibles a la sociedad sus temas y discursos, así como la imputabilidad de las acciones, facilitar su inteligibilidad[3].

La política de la emoción y de los algoritmos

Sabemos ya hace algún tiempo que todo el universo de la comunicación política y su impacto en el cerebro político y en el comportamiento cívico-político es fundamentalmente emocional. Lo saben bien los movimientos populistas que aprovechan la escucha activa y el análisis de sentimiento en tiempo real en redes sociales para lanzar decenas de mensajes en diferentes formatos en comunidades perfectamente segmentadas. Las palabras ya no dependen tanto la retórica como de los algoritmos. 

La década que dejamos atrás ha visto desarrollar la disciplina de la tecnopolítica, esto es, el aprovechamiento de la cultura digital emergente que anticipó Antoni Gutierrez-Rubí en su libro sobre la materia [4]. Entender y manejar las emociones y la tecnopolítica constituye un factor indispensable de competitividad para la conexión, la conversación y la deliberación en nuestras sociedades.

La política es ya esencialmente móvil, dinámica, rápida y emocional. La palabra y los mensajes ya no son proclamas en los grandes mítines y actos públicos, sino que son hilos en redes sociales o cadenas de whattsup.

Los debates pierden centralidad frente a los territorios de conversación, y el contacto con las personas se fragmenta en comunidades regidas más por intereses y causas que por ideologías.

La comunicación política tiene que adaptarse al mundo physcical, físico y digital construyendo un nuevo marco que de coherencia y sentido a los proyectos políticos. Para ello, es indispensable rescatar el lenguaje de la política para generar un sentido de propósito compartido, de sueños, y por qué no de utopías que den sentido a las nuevas batallas colectivas que tenemos por librar. Algo que no se consigue diseñando estrategia tras estrategia o con eslóganes de laboratorio, sino recuperando el lenguaje público del círculo vicioso de la mediocridad y las mentiras para generar un nuevo círculo virtuoso de propuestas creativas, audaces, emotivas que sean agradables de leer, escuchar y valga la pena compartir y recuperar parte de la reputación perdida.

Para leer el número 55 de la revista de ACOP :



[1] https://www.edelman.com/trustbarometer

[2] Las siete claves del éxito de Alexandria  Ocasio-Cortez https://www.lavanguardia.com/internacional/20190120/454209333327/claves-exito-alexandria-ocasio-cortez.html

[3] Una política que se entienda. https://elpais.com/elpais/2018/05/31/opinion/1527782271_932604.html

[4] https://www.gutierrez-rubi.es/tecnopolitica/

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