La crisis del lenguaje de la política

Las diferentes contiendas electorales constatan el lamentable estado del arte de la política y su incapacidad para generar nuevas coherencias y consensos básicos para afrontar los retos ineludibles que tenemos como sociedad. Las campañas siempre han sido escenario para la confrontación de ideas, programas y candidatos, trufados de tensión y pasión, pero las campañas electorales se han convertido más en entertainment que en un debate sobre las diferentes ofertas electorales.

Los líderes anuncian fichajes de candidatos y candidatas como su fuera el mercado del fútbol, y el debate se sustituye por ataques y descalificaciones cada día más virulentas al adversario en una creciente trumpización de la política. Los partidos parecen más obsesionados por destruir al adversario con un lenguaje más bélico que político, que de convencer de las bondades de su programa político. (…/)
 
El lenguaje de la política
Los debates son un ejercicio sano y necesario para la democracia, y las campañas políticas sirven para movilizar voluntades con la aspiración de convertir a los indecisos en votos, al tiempo que alimentan las tertulias en medios de comunicación y los debates en los centros de trabajo, en el bar o con entre amigos. Una de las máximas de la comunicación política es, utilizar los recursos y habilidades conversacionales para generar emoción y adhesión a un proyecto y a un candidato, al mismo tiempo que se pone en aprietos al adversario mostrando sus incoherencias y carencias. Pero en la política de hoy, el discurso político está más centrado en polarizar las audiencias y alentar el miedo a los otros que a ensalzar las virtudes propias. (…/…)


Las palabras y el lenguaje de la política importan y mucho. El poder emana en buena medida del lenguaje público, y en los últimos años hemos visto como aquel dicho que rezaba “la política es pedagogía” ha dejado de estar en el centro de las mentes de los políticos para convertirse en “la política es confrontación”. La función del lenguaje de la política, lejos de contribuir a generar nuevos espacios de debate, mediación y síntesis para generar nuevos consensos, está siendo derrotada por fuego amigo, esto es, por el lenguaje de los propios políticos que conduce a la frustración y al descrédito colectivo. No hay probablemente sector profesional más autodestructivo de su propia reputación que la política.

El lenguaje de la política ha mutado, y con ello la propia política, renunciado a su función orientadora e integradora para convertirse en un arma para la destrucción del adversario. La consecuencia es, que el debate político se ha convertido en un lodazal del que nadie sale bien parado y todos quieren creer que la culpa es de los demás. El filósofo Daniel Innerarity lo ha descrito muy bien, describiendo la situación actual como la era de la democracia de los incompetentes: “si hay una crisis de la política es precisamente porque no consigue cumplir una de sus funciones básicas, la de hacer visibles a la sociedad sus temas y discursos, así como la imputabilidad de las acciones, facilitar su inteligibilidad” . Y es que la política y los partidos hace tiempo que dejaron de funcionar como espacios de inserción, contaminando de paso a otros sectores de la sociedad como los medios de comunicación, que progresivamente han dejado de cumplir su función orientadora y mediadora para convertirse en uno de los brazos armados de uno u otro partido. (…/…)

La materia prima de la política son las emociones, incluso más que las acciones, y en los últimos tiempos el lenguaje de la política se ha centrado en generar más miedo y confrontación que en generar entusiasmo y nuevas posibilidades, empobreciendo y empequeñeciendo la política y la democracia. Por eso, es urgente el rearme y reconstrucción del lenguaje de la política para reconectar con la sociedad, recuperar la reputación y la confianza, y renovar su licencia social para operar.

Pero un nuevo lenguaje y un nuevo relato no se improvisa. Hay que crearlo, planificarlo, nutrirlo, protegerlo y actualizarlo, algo que las instituciones y la política parece que han olvidado hace ya algún tiempo. La política tiene que ir mucho más allá de las técnicas de comunicación política de manual o de los spin doctors, únicamente preocupados por el corto plazo y el tacticismo del momento, que construir un nuevo marco que de coherencia y sentido a los proyectos colectivos. Hace falta que una nueva narrativa y una generación de referentes políticos que den un paso al frente con nuevas actitudes, aptitudes, y un nuevo lenguaje para hacer creíble los discursos de la política. Hacen falta líderes con coraje, coherencia y autenticidad, que, arropados de buenos asesores de comunicación, generen un nuevo discurso político audaz, creativo y movilizador para reconectar con la mente y los corazones de los ciudadanos. (…/…)

La crisis de la política y su falta de credibilidad tiene mucho que ver con la crisis del lenguaje. La política se ha enredado en un gran ruido sordo que no ocupa los espacios centrales ni son los sonidos conductores de las conversaciones de la sociedad. Mark Thomson, presidente y consejero delegado de The New York Times, lo ha explicado de forma magistral en su libro “Sin palabras: ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política? . Un libro que debería ser de obligada lectura para aquellos que se dedican a la política. Thomson radiografía de forma detallada y minuciosa la evolución del lenguaje político en las últimas décadas y como se han ido erosionando los estándares más básicos de la cortesía y el respeto en el debate público, acelerado y amplificado con la llegada de la era digital y las redes sociales.

Así, debemos reivindicar un nuevo lenguaje que contribuya un nuevo relato movilizador para recuperar credibilidad, confianza y por tanto la reputación como elemento imprescindible para enmarcar los mensajes bajo el paraguas de un propósito creíble que genere sentido de pertenencia, confianza y de comunidad. Todo ello con un lenguaje centrado en propuestas y posibilidades que active las emociones y los estados mentales positivos para volver a conectar y movilizar a los ciudadanos en una nueva gran conversación. Los líderes políticos tienen que rescatar el lenguaje de la política, (r)emocionar a los ciudadanos y generar un nuevo compromiso, orgullo, y sentimiento de pertenencia que permita movilizar de nuevo anhelos y voluntades.

Más que diseñar estrategia tras estrategia, volvamos a redefinir el propósito compartido de la política y de las distintas ofertas políticas, que es mucho más que un eslogan o discursos plagados de palabras y lugares comunes. Recordando las palabras del neurólogo Karl Deisseroth, no hay memoria sin emoción, y para emocionar en un discurso o en una intervención pública hace falta algo más que táctica o estrategia. Esto va de autenticidad, credibilidad y pasión.

Para leer el artículo en su totalidad…….
La crisis del lenguaje de la política. Revista ACOP julio 2019

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