El cambio climático está aumentando los riesgos e impactos negativos en todo el mundo, tanto de las empresas como de las instituciones, que se ven desbordadas y muestran su enorme vulnerabilidad. Algo que es particularmente precario en los países en vías de desarrollo donde hay menos capacidad de adaptación, mecanismos y recursos públicos y privados para responder a los nuevos retos a los que nos enfrentamos.
Las respuestas del viejo mundo han quedado obsoletas. Necesitamos nuevas coherencias para garantizar la supervivencia de nuestra forma de vida, por lo que se requiere una mirada nueva y nuevas formas tanto del diseño de las políticas públicas como de las estrategias corporativas. Los riesgos asociados a los nuevos riesgos climáticos requieren nuevas formas de generación de valor con productos y servicios que den respuesta a la creciente vulnerabilidad económica y social basados en la resiliencia climática, esto es, la resistencia y la flexibilidad.
Emerge así una creciente demanda para prevenir y gestionar mejor la exposición a los nuevos riesgos climáticos tanto de las instituciones como de las empresas, lo que constituye una oportunidad para aquellas pymes que sepan responder a las nuevas necesidades colectivas. Entre los vectores principales destacan la digitalización, la sostenibilidad y aquellos servicios para hacer las sociedades más resilientes, tales como los sistemas de salud y seguridad, el diseño de nuevos entornos urbanos, las infraestructuras sostenibles o la apuesta decidida por las energías renovables. Sectores que nos deben permitir acelerar la recuperación de la actividad apostando por la sostenibilidad económica, social y medioambiental.
La resiliencia climática requiere un nuevo radicalismo económico y social para diseñar e implementar las reformas necesarias que permitan transformar los sistemas económicos para hacerlos competitivos y resilientes.
Es imprescindible fortalecer la respuesta global al cambio climático al tiempo que generamos nuevas oportunidades económicas y nuevas formas de generación de valor las empresas, las personas y los territorios. Los inversores y grandes fondos de inversión lo tienen claro y están dispuestos a apostar por el desarrollo de una economía resiliente y sostenible. Hay liquidez en los mercados, ahora hacen falta buenos proyectos que den respuesta a los retos que tenemos planteados.
La apuesta por la sostenibilidad requiere, sin embrago, una nueva inteligencia colectiva. Una estrategia global inteligente e integral para abordar los retos que tenemos por delante con una amplia participación y concertación de los principales actores políticos, económicos y sociales del territorio. Es tiempo de sumar capacidades y esfuerzos apostando por proyectos con un enfoque sistémico con grandes consensos en vez de acciones aisladas y desconectadas de los ecosistemas económicos y sociales y de las cadenas de valor global.
La resiliencia climática requiere una apuesta decidida. Un nuevo radicalismo económico y social para diseñar e implementar las reformas necesarias que permitan transformar los sistemas económicos para hacerlos competitivos y resilientes. La política y las instituciones tienen que reconocer que tiene que aprender, innovar y confiar en la sociedad ejerciendo de facilitador de nuevas iniciativas. Hay empresas con interesantes ofertas de valor como Harbour Energy que apuestan por la innovación tecnológica y social a las que hay que dar la oportunidad de desplegar todo su potencial. Gobernar hoy es una tarea de coordinar y conectar para liberar todo el potencial creativo que hay en la sociedad.
La resiliencia climática no puede basarse sólo en grandes inversiones, requiere igualmente nuevas formas de gobernanza pública y privada. Hay que atreverse a innovar, apostando por nuevas formas de colaboración público-social-privada para aprovechar todo el potencial creativo y la experiencia de nuestra sociedad. Eso exige la confluencia entre políticas públicas, responsabilidad empresarial, participación ciudadana, inversiones sociales, reformas legales y los procesos de innovación tecnológica para transitar rápidamente hacia modelos de desarrollo sostenible. Algo que debe ser liderado desde el territorio como actores centrales de ese proceso de transición económica y social.
Todo ello requiere igualmente una inteligente y delicada estrategia de comunicación y pedagogía. Estamos en un momento de confusión y desconcierto en el que el nuevo mundo no acaba de nacer y el viejo mundo no acaba de morir.
Necesitamos nuevos relatos sobre el presente y el futuro que se hagan cargo del estado emocional de nuestras sociedades, que genere una nueva ilusión colectiva y no solo hablemos de planes e inversiones. Es más necesaria que nunca una nueva narrativa y ética de esta nueva transición económica, social y medioambiental para reconstruir los lazos emocionales y diseñar un nuevo contrato social. Esto es, hacer del riesgo una oportunidad sin dejar a nadie atrás. No hay tiempo que perder, pero lo que tenemos que ponernos manos a la obra.