La velocidad a los que se suceden los cambios en el mundo, y particularmente en ciertos sectores económicos y sociales, hace que las empresas y las organizaciones tengan que aprender a desplegar nuevas habilidades operativas. Una de ellas es particularmente importante, la agilidad estratégica.
Los ciclos de vida de las empresas y sus productos se acortan a una velocidad vertiginosa por lo que requerimos revisitar constantemente los procesos operativos, asumir riesgos y repensar las arquitecturas jerárquicas y organizativas para aprovechar las nuevas oportunidades.
Otrora, las compañías de éxito eran aquellas que conseguían crecer con una estructura jerárquica perfectamente estructurada, basada en los tradicionales modelos de gestión y una cadena de mando sólida y fiable: planificación, presupuestos, definición de tareas, asignación de personal, evaluación, etc. Hoy las grandes organizaciones tienen que aprender a tomar decisiones en un mundo vertiginoso, hiperconectado, disruptivo y competitivo, que requiere una toma de decisiones mucho más ágil y eficiente. Nuevos competidores y nuevas formas están revolucionando muchos de nuestros sectores económicos, con nuevos jugadores con estructuras más pequeñas, ágiles, digitalizadas y eficientes.
Para combatir las burocracias, algunos proclaman hoy el fin de la jerarquía y el advenimiento de las organizaciones planas, la holocracia, esto es, la eliminación de los cuadros intermedios y los que empleados con talento que se gestionan a sí mismo. Si bien hay algún ejemplo de notable éxito como la empresa de calzado Zappos, la realidad es que la jerarquía sigue siendo necesaria para que una organización o empresa funcione, pero también es cierto que hay que caminar hacia culturas organizativas colaborativas que den respuesta a los nuevos retos de este mundo “fast and furious”.
Para ello, hay que aprender a gestionar dentro de la cultura corporativa las tensiones evidentes entre permanencia e innovación. La jerarquía, si bien es un principio ordenador y parte del éxito de las organizaciones del s.XX, no puede convertirse en un lastre para tomar decisiones y se deben introducir elementos de innovación abierta y la cultura de la inteligencia colaborativa. La agilidad estratégica no es una cuestión de tamaño, sino de cultura para lo que necesitamos nuevos estilos de liderazgo más abiertos y empáticos.
El mayor enemigo de una organización o empresa de éxito es la autocomplacencia. Los éxitos de ayer no garantizan los éxitos de hoy no de mañana. La jerarquía y los procesos de toma de decisiones estratégicos están situados en el centro de la organización, con procedimientos y tiempos muy bien establecidos, a veces largos y burocráticos, mientras que la innovación y la creatividad se genera normalmente en los márgenes. Hay que tener la humildad de reconocer que es posible aprender de otros, ya sean colaboradores, proveedores, clientes e incluso competidores.
Así, las organizaciones se enfrentan hoy a un problema sistémico para sobrevivir en este nuevo entorno global, cómo introducir la agilidad estratégica para mejorar el análisis, la identificación de oportunidades y aumentar la velocidad y agilidad de la toma de decisiones con sus estructuras tradicionales y seguir siendo competitivos.
La solución pasa seguramente en la mayoría de los casos por introducir procesos duales, combinando las estructuras jerárquicas con la cultura de red y empoderar a las personas y al talento que reside en el seno de la organización para generar un círculo virtuoso de creatividad e innovación mediante procesos más ágiles, dinámicos y eficientes.
La transversalidad y los equipos multidisciplinares se convierten así en elementos claves a todos los niveles y departamentos de la organización. Esto proporciona más libertad a la jerarquía escapando de la información de los silos y los procesos jerárquicos permitiendo que fluyan ideas y propuestas con más libertad y velocidad y tomar así las decisiones estratégicas y los cambios graduales para aumentar la eficiencia, competitividad y sostenibilidad de las empresas.
La organizaciones del futuro se tienen que construir asumiendo que en estos tiempos líquidos, todo es susceptible de evolucionar y adaptarse a las nuevas realidades. Pensar despacio para actuar rápido es el nuevo mantra de las organizaciones de éxito, y la agilidad estratégica es una habilidad organizacional que no se impone, se genera con acciones y asumiendo que es un proceso también de ensayo-error.
Para cerrar esta reflexión vale la pena recordar la máxima del desaparecido Steve Jobs: “no tienen sentido contratar gente brillante para decirles lo que tienen que hacer, sino para que nos digan lo que tenemos que hacer“.
Liberemos el talento y la creatividad que residen en nuestras organizaciones con nuevas formas y procesos. Las organizaciones del futuro no tienen porqué parecerse a las organizaciones de ayer o de hoy. No es una cuestión de modas, sino de sostenibilidad y resiliencia de nuestras organizaciones actuales para ganar la batalla del futuro.
Para saber más:
La organización del futuro: un nuevo modelo para un mundo de cambio acelerado. Libro: Reinventar la empresa en la era digital. BBVA, Open Mind
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