Extracto de mi artículo publicado en Nueva Tribuna:
Vivimos momentos de incertidumbre, de cambio de paradigma. Los ciudadanos no alcanzan a comprender los golpes del destino, y el progreso, como explica Zigmunt Bauman en su libro Tiempos líquidos, ha dejado de ser una estación de destino para constituirse en un lugar que genera incertidumbre generando trastornos y desajustes funcionales y emocionales en importantes colectivos económicos y sociales.
La incertidumbre, y sobretodo el miedo, constituyen probablemente el más temible de los demonios de nuestras sociedades de hoy, y algunos populistas saben sacar rédito de él. Asistimos igualmente a la emergencia de nuevas tensiones entre territorios, como las pulsiones separatistas en Escocia o en Catalunya. Todos estos movimientos tienen algo en común, el recurso del lenguaje como instrumento de movilización emocional contra algo o en contra de alguien, esto es, la negación o la confrontación con el “otro”.
Sabemos ya hace tiempo que todo el universo de la comunicación política y su impacto en el cerebro político de las personas es fundamentalmente emocional. Los estudios de neurociencia confirman que las emociones tienen un impacto enorme en nuestro comportamiento cívico-político. La materia prima de la política son las emociones, incluso más que las acciones. Sin embargo, una mala utilización del recurso del lenguaje y de la gestión de las emociones, ha demostrado a lo largo de la historia como puede generar verdaderos monstruos individuales o colectivos.
Muchos filósofos e intelectuales han estudiado el recurso del lenguaje como máquina productora de sometimiento o de movilización de grupos, masas e incluso sociedades enteras. Hoy, ante el estado de cólera político y social que recorre nuestras sociedades a lo largo y ancho del planeta, hace que sea necesario más que nunca una nueva narrativa y una nueva ética que se haga cargo del estado de ánimo de la gente. Pero el lenguaje y las emociones a veces no pueden ser el remedio sino la misma expresión de la violencia, según el filósofo italiano Roberto Esposito.
Los discursos políticos son una de esas herramientas que pueden contribuir a construir un nuevo relato movilizador. Oteando el horizonte político y social de nuestras sociedades, hace tiempo que se percibe un aumento del uso de un lenguaje agresivo que está dando paso a un nivel superior, el uso al lenguaje de la violencia. Un ejemplo es el uso creciente en España de la palabra “fascista” para descalificar a unos y otros. La violencia verbal y a través de los medios de comunicación puede parecer simbólica o una violencia suave, imperceptible incluso para los destinatarios, pero va calando y generan estados y marcos mentales que abonan la posterior violencia ya sea en el terreno de la política, social, las diferencias por razón de orientación sexual u origen étnico.
El lenguaje de la violencia tiene como consecuencia el deterioro del debate político y social, el aumento de la crispación y la erosión de la convivencia. No hay un solo culpable, en realidad todos lo somos un poco. Los medios de comunicación por dar tribuna a un lenguaje que genera crispación, y muchos de nosotros por postear o compartir en nuestras redes sociales comentarios poco apropiados o que incitan a la crispación.
Edith Sánchez, escritora y periodista colombiana escribió en un recomendable artículo “3 manifestaciones de violencia a través del lenguaje”, cómo las palabras tienen repercusión y el poder de dejar huellas incluso muchos años después. La violencia en el lenguaje suele ser soterrada e incluso legitimada socialmente, y aunque no es tan visible como la violencia física, dejan huellas porque golpean en el alma. Y es que el lenguaje violento daña a las personas y deteriora seriamente las relaciones entre personas y grupos sociales.
Es por ello que deberíamos tomar conciencia de ello ahora que estamos a tiempo. Hay palabras que hieren y erosionan la democracia y la convivencia de nuestras sociedades. Deberíamos reivindicar que nuestros líderes políticos, sociales y los llamados influencers, pusieran más empeño en elaborar discursos para la convivencia que para la violencia. De otro modo, volveremos a la “ley de la selva” que tan malos réditos nos ha devengado a lo largo de nuestra historia reciente.
Para leer el texto completo:
Palabras que dañan la convivencia: la violencia en el lenguaje político y social”
Foto: Siempre.mx
Discursos para la convivencia o para la violencia
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