El mundo de la política y de las instituciones vive su particular aggiornamento. Aquel término, acuñado para la adaptación o la nueva presentación de los principios católicos al mundo actual y moderno del Concilio Vaticano II, bien podría aplicarse al mundo de hoy en la política y sus tradicionales “élites”.
A lo largo y ancho del planeta se está produciendo una rebelión contra la élites que muchos no quisieron ver venir. Movimientos populistas como en los EEUU con la victoria de Trump, la emergencia del movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo en Italia, la victoria del psicópata Duarte en Filipinas, o pasando por movimientos alternativos o emergentes como Podemos en España, la política ya no es cuestión solamente de los partidos tradicionales o de los burócratas.
Y quizás sea un proceso inevitable. Tras el colapso del sistema de seguridad de occidente con el 11-S, o del sistema financiero en 2008, ahora le tocaba a la política. Las élites apenas han salido de su zona de confort en los últimos años mientras el grueso del población sufría las consecuencias. “Ya pasará la tormenta” pensaban muchos, pero ésta se ha transformado en un tsunami que corre el riesgo de llevarse por delante no solo a los partidos tradicionales, sino las democracias liberales tal como las hemos conocido hasta ahora.
Es el “fin del poder” como bien escribía Moisés Naim en su libro de 2013, todavía de rabiosa actualidad. Y es que los mecanismos de funcionamiento del poder tradicional están en crisis:
-El uso de la fuerza no es legítima en democracia, aunque algunos empiezan a cuestionarse si lo es un cierto grado de violencia (de momento verbal) contra colectivos como los inmigrantes o los refugiados.
–El Código pierde legitimidad: la moral, la tradición, las costumbres y los valores se resquebrajan. El mundo se ha vuelto líquido y no hay autoridad que genere confianza o cohesión.
–El mensaje se debilita. La política ha dejado de ser “el arte de lo posible” para ser la incapacidad de lo posible. Hoy el disenso y el enfrentamiento parece primar por encima de la síntesis y el pacto. Ya casi no queda nadie con capacidad de persuadir, seducir y convencer. Volvemos a las trincheras.
-Quedan pocas recompensas. El poder siempre ha doblado voluntades a base de recompensas. Un trabajo, prebendas, dinero o incluso promesas en los mercados de futuro de la política o las instituciones han sido muy eficientes para gobernar voluntades. Sin embargo hoy, hasta eso es ya complicado, y cada vez es más difícil acomodar y alimentar las redes clientelares ante la estrechez de los recursos y la debilidad de las instituciones y partidos políticos.
En definitiva, que el poder ha necesitado siempre de un público cautivo. Trasladado a los partidos políticos y las instituciones, necesitaban votantes y militantes cautivos. Hoy todo ello se debilita. Votantes y militantes exigen participar y decidir, poniendo patas arriba el tradicional control vertical de las organizaciones e instituciones.
Por otro lado, la emergencia de los micropoderes, mas dinámicos, activos, preparados y especializados sumados al uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales, perecen indicar el fin del tradicional concepto de la burocracia de Weber.
Gobernar y dirigir hoy depende más del arte de “generar, alimentar y consolidar grandes coaliciones” que de buscar nuevos mesías que dirijan nuestras instituciones y organizaciones.
El aggiornamento de la política: el fin del público cautivo
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